(estómago) Discurso Foca – Michael Marder
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Michael Marder: es Profesor de Investigación IKERBASQUE en el Departamento de Filosofía de la Universidad del País Vasco (UPV-EHU), Vitoria-Gasteiz, e Investigador Senior del Instituto para la Reconstitución Global (IGRec) de Berlín. Entre sus libros más recientes se incluyen The Phoenix Complex (2023), Time Is a Plant (2023), con Edward S. Casey, Plants in Place (2024) y Pyropolitics: Fire and the Political (2025). Más información en michaelmarder.org.

Discurso foca 

 

 

¡Queridos animales discursivos, plantas, hongos, bacterias, híbridos y simbiontes! Me dirijo a ustedes como yo mismo y no-yo-mismo, Michael Marder y como palabras en una página o los sonidos a los que corresponden cuando se pronuncian. Cuando me presento como yo mismo, ya no soy-yo-mismo, porque no puedo nombrarme ni describirme excepto con palabras. Si fuera un artista, podría mostrarles mi autorretrato, pero esta habría sido una auto-presentación completamente diferente sin una dirección clara, con sus líneas expresando ciertos rasgos físicos, o al menos mi propia visión e interpretación de estos rasgos.

 

 

Así que, repito, soy Michael Marder y presumiblemente soy un ser humano, lo que parece tener perfecto sentido porque me dirijo a ustedes en lo que convencionalmente reconocemos como discurso humano. Desde mi punto de vista, no estoy tan seguro de todo esto. Aquellos que están interiorizados en el secreto del trabajo de alma compartida que realicé durante un seminario en el 2024 en Tópolo, (o, en esloveno, Topolove), un lugar encantado y encantador a la vez, saben que podría ser una forma de vida intermedia, parte humana y parte planta, moviéndome hacia otra encarnación como musgo. Tengan esto en mente, ya sea su mente animal, vegetal, fúngica, bacteriana, humana o híbrida-simbiótica.

 

 

El musgo es una planta terrestre, a menudo literalmente preparando el terreno para el crecimiento de otras plantas. La mayoría de las variedades de musgo, sin embargo, tienen una conexión muy estrecha con el agua, que necesitan para su reproducción, porque de lo contrario su esperma no fluiría hacia los óvulos. Diminutos como son en tamaño, los briófitos generalmente cuestionan nuestras opiniones recibidas sobre las diferencias entre plantas y animales. Asumiendo que podría disfrutar de una relación aún más estrecha con el agua, viviendo en el lecho marino como alga, por ejemplo, seguiría pensando y leyendo —leyendo lo mejor que pueda mi entorno y quienquiera que lo visite—. Pero también leyendo libros. No puedo imaginar mi vida (y, de hecho, mi vida en el mar) sin ellos. ¿Qué libros me llevaría al fondo del mar? Los libros de la vida, por supuesto: la vida misma como un rollo infinito-finito y libros que injertan sus discursos en árboles de la vida en el judaísmo místico, el cristianismo y el islam, en las tradiciones indias, en la antigua Grecia y en las épicas nórdicas.

 

Leer es contemplación. Como un sueño, te permite sumergirte en ti mismo, incluso mientras permaneces en el mundo. Respirar es una contemplación más profunda, especialmente respirar con las plantas y la tierra húmeda. Respirar bajo el agua es diferente: no contener la respiración al bucear, sino respirar de otra manera. Es otro tipo de contemplación, que me resulta en gran medida ajena.

 

Lectura contemplativa, separada pero conectada. Tengo ocho años, vivo con mi hermano menor, mis padres y mis abuelos en un pequeño apartamento de dos habitaciones. Todos están reunidos en la sala de estar frente a un televisor. Pero el sofá, apoyado contra una pared trasera, está medio escondido por una puerta que, cuando se abre, crea un rincón acogedor en un triángulo con este mueble. Iluminado por una lámpara de pared, este es mi espacio para leer-soñar-contemplar, una micro-habitación dentro de una habitación ya pequeña que se cierra parcialmente cuando la puerta está abierta, una que me permite sentir unidad y separación al mismo tiempo.

 

La apertura cerrada o el cierre abierto de mi rudimentario caparazón para leer y pensar insinúa la dinámica del cuerpo discursivo (humano, vegetal, crustáceo…) que se siente en casa en ella a pesar de (o debido a) no estar en casa en un mundo mutilado, desechado, devastado. Mi auto-presentación ante ustedes, mis compañeros seres vivos discursivos, es una exposición máxima pero, para reiterar mis comentarios iniciales, no abandona por completo el caparazón del lenguaje, de las palabras habladas o escritas aquí.

 

 

El secreto está en la superficie: no hay nada más allá del caparazón, o, mejor dicho, no hay nada más allá de la diferencia liminal entre el interior y el exterior que este marca nuevamente cada vez.  Los movimientos rítmicos de asomarse y esconderse dentro de él dictan los flujos y las interrupciones del tiempo mismo, el espacio-tiempo del pensar y del ser. Otros animales discursivos, plantas, bacterias y hongos tendrán los equivalentes de sus caparazones : por ejemplo, las plantas, germinando sobre el suelo a la luz del día, se mantienen ocultas en la tierra con sus raíces. De esta manera, la naturaleza que ama esconderse coincide con los lenguajes que revelan algo sólo cuando se ocultan muchas otras dimensiones de la existencia.

 

 

Por mi parte, doy la bienvenida a todos en el caparazón que sólo provisional y accidental o coincidentemente es mío. Crustáceo o no, eres libre de habitar en o sobre mis palabras, mis textos, mis discursos, mis pensamientos y de hacerlos más cómodos para el ser discursivo que eres. Incluso después de que yo me haya ido.

preludio

 

Las palabras están vivas. Están abarrotadas de sonidos. Se mueven a través de las líneas curvas, extendidas y contraídas que definen las formas de sus caracteres escritos. Respiran con una multitud de significados. Finitas, están listas para morir en el momento en que nacen.

 

 

¿Dónde viven y perecen las palabras, sin embargo? ¿En qué mundos? ¿Existe un medio (un entorno, un soporte) que sea totalmente apropiado para su vivacidad, nutriéndolas por un momento y luego recibiendo su carne en descomposición en lo que equivale al metabolismo del sentido? Afirmar que viven sólo en una página, en una pantalla o en nuestras cabezas es enterrar vivas estas preguntas y, quizás, enterrar vivas a las propias palabras. Viven entre nosotros, por supuesto, y lo hacen con tanta más intensidad cuanto más se comparten: escritas y leídas, escaneadas rápidamente o acompañadas lentamente por la mirada, habladas, cantadas, escuchadas. A su vez, esto nos permite no vivir en el vacío. El espacio entre nosotros pertenece al pliegue terrestre, a las profundidades y extensiones marinas, a la atmósfera, al calor y la luz de un fuego que ilumina y calienta las superficies de los medios elementales.

 

 

Antes de las letras y las sílabas, la elementalidad de las palabras es reclamada por sus lugares de residencia, de los que emergen parcialmente y en los que se sumergen, revigorizándose o disolviéndose por completo allí. Antes de los sonidos están la respiración inhalada y la exhalada. Es una respiración que no está exenta de humedad y que se vuelve resonante en varias cavidades corporales que llena, así como en el aire del exterior. Expresadas en tablillas (de arcilla o piedra, por ejemplo) o en un soporte vegetal, en pantallas iridiscentes o en rollos de piel animal, las palabras escritas son una cuestión de otro tacto, tanto de proximidad como de contacto, que involucra a la tierra. El cuerpo de las palabras, la fingida idealidad de su significado, sus articulaciones y desarticulaciones, el poder arrollador con el que nos agarran antes de que las podamos agarrar nosotros a ellas (tanto en el sentido de entenderlas, pero también de aprehenderlas) —todo esto se despliega en una ecología, en sí misma virtualmente indistinguible del conjunto metamorfoseante de estos y muchos otros ingredientes.

 

 

—. medios

 

…en el medio, había palabras. Siempre en plural, despojadas de principios y fines: sin una génesis cierta ni un programa genético responsable de su replicación, sin puntos de terminación ni propósitos exactos. Prosperaban en medio de un pensamiento, una frase (ya fuera dicha o no dicha, escrita o no escrita), en medio de un lugar que era lo que era sólo a través de ellas. Y ellas mismas eran los medios: descentradas, distraídas y atraídas, enfocadas y desenfocadas. Estas palabras se movían como agua en el agua, como corrientes de aire en el aire y, de una manera algo más pesada, como la tierra cavada y arrojada de nuevo al piso. (Verán, enterrar preguntas y palabras logra lo contrario de lo que pretende: es similar a liberarlas en uno de sus medios elementales).

 

Un discurso que articule palabras y mundo híbridos no podría confinarse a un solo medio, a un solo hábitat elemental. Quien lo habitara, y a quien habitara, se movería dentro y fuera de la indistinción acuosa y la tierra seca provisionalmente estable, dentro y fuera de la oscuridad húmeda del suelo y las extensiones iluminadas por el sol de arriba. Un anfibio es aquel que vive en al menos dos medios: el que se distribuye entre dos. Las plantas terrestres son simultáneamente anfibias, viviendo tanto en la tierra con sus raíces como en el aire, con sus ramas, hojas y flores. La mayoría de los animales anfibios lo son serialmente. Están en el agua durante un período de tiempo; luego vienen a la orilla, a la ribera de un río o al borde de un arroyo, sólo para sumergirse de nuevo en el agua, donde muchos de ellos pueden respirar y oír de otra manera también, durante otro período. La vida de un anfibio transcurre en medio de dos medios, en transiciones de un medio a otro: ni en uno ni en el otro, sino tanto en el otro como en el uno.

 

 

La anfibología de las palabras no se limita a las connotaciones de ambigüedad irreducible de esta palabra. Las palabras también prosperan en al menos dos medios: en el habla y en la escritura, en el aire y en un soporte más terrenal, sólido. Y no olvidemos el agua, las pequeñas gotas de humedad pulverizadas alrededor de los labios que hablan o la naturaleza fluida de la tinta que deja sus rastros en el papel. Escritas y dichas —a veces concurrentemente, otras veces por separado— las palabras  son anfibias. Lo que significa que los discursos, que encadenan una a una, viven, se descomponen y se metamorfosean como las plantas o como los animales anfibios, ya sean ranas, salamandras o cecilias.

 

 

A pesar de los sistemas de nomenclatura biológica, los anfibios son irreducibles a una clase de vertebrados ectotermos y anamniotas, que se diferencian de los mamíferos semiacuáticos. La palabra anfibio desplaza el foco del ser vivo al entorno, al redondeo de un ambiente no cerrado, precisamente porque hay más de un círculo de este tipo para el que abarca reinos elementales, entornos, mundos, como si estuviese en un diagrama de Venn inserto en el mundo. Allí, el foco semántico se dispersa suavemente; después de todo, el medio no puede convertirse en un objeto iluminado, totalmente accesible al sentido y a la mente, sin dejar de ser un medio.

 

anfibología de la foca

 

 

Nadas en un océano de palabras. Que no es tan diferente de los océanos que cubren más de dos tercios de nuestro planeta. (¡Esto no es una alegoría! Pongámonos de acuerdo) El H2O se mezcla allí con sal, pero también con metales pesados, como el mercurio y el plomo, con el cadmio y con residuos plásticos, con hidrocarburos de petróleo y bacterias coliformes. Estas palabras recién extendidas se combinan para formar mensajes letales, dispersándose, rompiendo límites, llegando virtualmente a todas partes. Son imposibles de ignorar, impregnan tus elementos. El océano de palabras está a tu alrededor y está en ti —tanto que eres tú—.

 

 

Los movimientos de tu cuerpo ondulante no resisten el inmenso poder elemental del agua. Sigues las corrientes, confiando en las olas. El sentido llega fácilmente porque no te resistes a lo que se presenta como sinsentido —lo no elegido, lo pre-dado, de donde surge el sentido y hacia donde se retira—. En la tierra, la gravedad hace que tus movimientos sean más torpes y bruscos, a menos que te deslices sobre el hielo. Es un esfuerzo arduo, incluso una lucha, moverse, trazar la dirección deseada, arrebatar fragmentos de sentido que formar parte del pesado sinsentido que lo subentiende. Dondequiera que estés, sin embargo, estás completamente en contacto con el elemento, ya sea acuático o terrestre, tocándolo y siendo tocado por él en toda la superficie de tu cuerpo.

 

 

El sentido de las palabras te calienta. Son tu salvación. Fluyendo, este sentido está a tu alrededor; te bañas en él. En tierra firme, te acaricia con las múltiples manos que tienen los rayos del sol. Sabes muy bien lo precioso que es este calor de las palabras: una fina capa de agua en la superficie, se mezcla, un poco más profundamente, con el escalofrío mortífero que emana del sinsentido. El sol no siempre estará ahí para regalarte calor. Así que, desarrollas grandes depósitos de grasa en tu cuerpo para mantenerte caliente, para poder generar sentido desde ti mismo en caso de que no encuentres ninguno en tus medios. Si bien esto no puede sustituir el sentido perdido del mundo (muchas veces, la grasa semántica rápidamente se convierte en palabrería), funciona como un amortiguador que protege y garantiza tu supervivencia.

 

 

A pesar de esto, el calentamiento global implica que el significado puede perderse de otra manera, invertido o pervertido, el sentido del sentido mismo derritiéndose en sinsentido. Tus hábitats se están calentando demasiado para tu existencia, el exceso de sentido colindando con su opuesto. Una gran carga de información, en la que se han convertido las palabras, aplasta las estructuras frágiles y ágiles del significado. La disminución de la capa de hielo, el aumento del nivel del mar, el debilitamiento y los cambios variados de las corrientes, los deslizamientos de tierra y la erosión de las playas socavan  abrumando— los sentidos y el sentido. La anfibología de tu existencia implosiona en la unidad insoportable de un único no- mundo.

 

Mientras la vida siga su curso, sin embargo, te encuentras habitando la frontera entre dos medios. Todavía hay palabras, escritas y pronunciadas, las palabras en medio de las cuales vives. Buscas su protección, por más débil que sea. Quizás no te des cuenta de que están imbuidas de lo mismo (si es que es algo específico) de lo que tan desesperadamente intentas protegerte.

 

 

cuerpo de foca / el cuerpo del discurso

 

 

¿Qué es un cuerpo bien estructurado: tanto de un organismo biológico, del habla, de un texto o de un mundo? Es imposible dar una respuesta general a esta pregunta, planteada más de una vez en la historia de la filosofía, porque la articulación de los cuerpos depende de los mundos que habitan. La adecuación es el principio no regulado más importante, según el cual los bordes dinámicos de un cuerpo vivo, con su rango de capacidades, y su medio deben encajar, como piezas de un rompecabezas, a pesar de que un rompecabezas es algo que siempre está en movimiento. Esto es aún más cierto cuando un cuerpo se adecua a dos mundos. En lugar de «la supervivencia del más apto», es «la supervivencia como adecuación» lo que rige el día y la noche en el juego evolutivo.

 

 

Si imaginara un discurso estructurado como yo, concluiría que debe tener una cabeza, un tronco central y extremidades; que debe sostenerse sobre sus propios dos pies; que no es completamente abierto ya que su plan corporal en gran medida fue predeterminado en el momento de su concepción. Si un discurso es vegetal, será inteligente en ausencia de un sistema nervioso central; crecerá más allí donde las condiciones sean propicias, ramificándose, proliferando y floreciendo aún más, desafiando la noción de proporcionalidad; se descompondrá en algunas de sus partes que nutrirán la proliferación de sus otras ramas; y se desarrollará oportunisticamente, sin una idea preconcebida general. El discurso de un pez será completamente acuático, con una forma elegante y un esqueleto flexible; se sentirá en casa en la fluidez del significado, en las corrientes de sentido que atraviesan el océano del sinsentido. Y en silencio. Resbaladizo a su manera, un discurso de serpiente se deslizará en la maleza de las palabras o en un desierto, donde muy poco se escribe o se dice por lo demás, constantemente en contacto con el suelo de la enunciación, que reelabora en un camino singular cada vez que lo atraviesa. Un discurso de pájaro se deslizará en las corrientes de aire del lenguaje, abrazándolas con alas abiertas; se posará en una frase, o en un giro idiomático, palabra o incluso sonido particularmente feliz y encontrará allí su soporte material; incapaz de contenerse, desbordante de la pura felicidad de la expresión, irrumpirá en canción, devolviendo vibraciones resonantes al aire que lo transportó.

 

 

En esta imagen, en esta página, un discurso vegetal, un discurso de serpiente, un discurso de pájaro, un discurso de pez comulgan. Quizás no haya nada más humano que transformarse en el otro —en otro ser humano y en un ser no humano—. Somos más humanos, si este término sigue siendo apropiado ( tanto adecuado como significativo), cuando no coincidimos con nosotros mismos, cuando existimos saliendo de los confines sofocantes de una identidad y vacilamos entre el yo y el otro. Una anfibología llevada al enésimo grado…

 

 

Durante años, me he estado vegetalizando, cultivando mi pensamiento vegetal y mi escritura vegetal en lo que sólo puede ser un aprendizaje de por vida. En un discurso vegetal, me siento en casa y me sorprendo sin cesar, lleno de maravilla, encuentro la raíz común del acto de filosofar y poetizar. ¿Pero qué hacer con nuestros cuerpos mamíferos y vertebrados? ¿Son los límites absolutos ante la vegetalización? No tanto, considerando que una vida anfibia es el anhelo de regresar a las partes medias de las palabras, las existencias y los mundos. Y hay mamíferos que son, en términos generales, anfibios, como las focas.

 

Un discurso de foca está en sintonía con cómo se lee un texto y cómo suena el habla. Posee cuatro extremidades en forma de aletas: son para navegar a través del significado sin aprehenderlo, sin reclamarlo, apropiarlo, poseerlo. El principio y el fin, una cabeza redonda y un par de aletas traseras, a veces parecidas a una cola, están ahí, dotando a una historia de foca con los contornos reconocibles de una buena estructura clásica. Sin embargo, no hay jerarquía en ella; en gran medida horizontal en tierra firme y en el agua, el fin y el principio son solo extensiones del medio, en medio de un entorno, en medio de varios entornos. El discurso como foca tiene ojos grandes y redondos adaptados para ver en el agua y en el aire: para apreciar los sentidos literal y metafóricamente, atravesando sus límites sin problemas. Tiene bigotes: exquisitamente sensibles, para buscar alimento y navegar, para captar vibraciones diminutas de la voz, ya sea interna o externa, para detectar lo que se acerca. Carece de orejas externas, pero posee una audición aguda en ambos mundos. Por último, pero no menos importante: el discurso foca tiene articulaciones deslizantes en la columna vertebral, que permiten que los huesos se patinen unos sobre otros en cualquier dirección: adeptas para articular y desarticular, articular desarticulando y desarticular articulando.

 

Estas no son formas de recibir lo discursivo, sino características del discurso como foca. Si se parecen al trabajo o al juego de la interpretación, es porque el discurso y sus prácticas prosperan en las posibilidades de interpretación que forman la carne de la palabra. La elaboración de palabras y sonidos, reunidos en secuencias únicas, depende de la receptividad al lenguaje, que nos habla-escribe-expresa-comunica antes de que hagamos cualquiera de estas cosas con o hacia él. Las palabras están vivas en este sentido: viven a través de nosotros y nosotros vivimos a través de ellas. Nosotros —la foca y el humano, el mar y el aire, los mundos y el no-mundo en expansión—.